El presente trabajo aborda el contexto actual y futuro de las democracias liberales en el mundo y el impacto de la pandemia del COVID-19 sobre las mismas. Analiza las transformaciones que sufrirán los sistemas políticos una vez finalizada la crisis sanitaria, y si tales cambios significarán un giro hacia gobiernos menos democráticos. El artículo parte de la premisa de que las democracias requieren ser transformadas y que dicha necesidad va más allá de las consecuencias que produzca la pandemia. Los sistemas políticos democráticos han demostrado incapacidad para resolver problemas estructurales de la mayoría de los países del mundo, y ese debe ser el principal motivo para analizar, debatir y rediscutir las democracias liberales.
Que el mundo cambiará luego de la pandemia del COVID-19 es ya una convención que casi pocos pondríamos en discusión. Sin embargo, son muchos los interrogantes que se nos presentan: ¿Cuál será la profundidad de ese cambio? ¿Sobre qué aspectos de los Estados Nacionales incidirá de manera más significativa?, ¿Se verá afectado el sistema de relaciones internacionales entre los países? ¿El proceso de globalización habrá alcanzado un límite? ¿Las democracias liberales tal cual las conocemos serán el sistema político adecuado para los tiempos venideros? ¿Estados más fuertes implica sistemas políticos menos democráticos?
El desafío que tendremos por delante será analizar los procesos emergentes desde una óptica diferente. Deberemos dejar de lado la centralidad y el rol protagónico que ha tenido el Estado (matriz estadocéntrica) para centrarnos en los nuevos roles y liderazgos sociales que vendrán a interpelar las formas de organización de las relaciones de poder al interior de los Estados Nacionales y en el escenario mundial.
Durante la pandemia hemos evidenciado la revalorización de actores no siempre considerados, como por ejemplo la comunidad científica. ¿Podrán los gobiernos prescindir de esta alianza estratégica de cara al futuro?. Seguramente no. Los problemas del siglo XXI, con su intrínseca complejidad, pondrán de manifiesto la necesidad de una nueva forma de relación entre el Estado y la Sociedad Civil, impulsando la construcción de una inteligencia colectiva superadora de las actuales formas de abordar los problemas.
Durante los últimos meses han surgido diversas voces y manifestación de líderes políticos poniendo la mirada en la necesidad de preservar las democracias liberales y con ellas las libertades individuales, sociales, políticas y económicas alcanzadas en las últimas décadas del siglo XX.
El temor a que la autocracia gane terreno en el escenario de la pospandemia parece encontrar asidero entre quienes consideran que para enfrentar los graves problemas económicos y sociales se necesitan Estados fuertes y que éstos son sinónimos de mayor concentración de poder, de restricciones a las libertades individuales y de nacionalismos que cuestionen los procesos de integración regional y mundial.
Estados fuertes son Estados presentes pero no omnipotentes. Por eso, la matriz Estadocéntrica deberá ceder paso a una nueva configuración de fuerzas en donde los actores sociales, intelectuales, económicos y políticos generen una sinergia y un círculo virtuoso a la hora de resolver los problemas estructurales que, hasta ahora no han logrado solucionar los gobiernos y sus instituciones por sí solos.
La necesaria reconfiguración de las democracias liberales
La pandemia del COVID-19 produjo, además de la emergencia sanitaria, una profunda crisis de las economías nacionales y mundial, una crisis tan significativa únicamente comparable con las ocurridas en 1929 o en 2007/2008.
Como mencionamos en párrafos precedentes, las transformaciones no serán iguales en sus dimensiones ni en sus formas porque tampoco son homogéneos los sistemas democráticos que conocemos. Democracias representativas, con instituciones fuertes, llevarán adelante recorridos muy diferentes a los que deberemos enfrentar en nuestra región, signada por modelos de democracias delegativas, con una fuerte centralidad de los poderes ejecutivos, con instituciones débiles y con bajo apego a la rendición de cuentas.
Este tipo de democracias delegativas, descrito por Guillermo O´Donnell, propias del contexto latinoamericano, han forjado características particulares en función de factores históricos de larga data y de la complejidad de los problemas económicos y sociales heredados de las dictaduras que las precedieron. Pueden ser democracias duraderas en el tiempo aunque no logran consolidarse por la falta de un entramado de instituciones que garanticen el ejercicio pleno de los derechos democráticos. La dimensión de los problemas económicos y sociales heredados y profundizados en este tipo de democracia se sostiene en fuertes presidencialismos, que asumen la delegación del poder sin grandes limitaciones más allá de las temporales que les impone la duración del mandato presidencial.
Los procesos de transformación y reconfiguración institucional tendrán mayores posibilidades de éxito en países con sociedades y Estados fuertes, con relaciones consolidadas entre ambos en base al normal ejercicio de los principios democráticos. Si bien la pandemia ha traído consigo denuncias de corrupción en la mayoría de los países del mundo por el uso discrecional de los recursos públicos, aquellos que cuenten con instituciones regulatorias y de control fuertes, con una cultura de rendición de cuentas y con niveles elevados de participación ciudadana podrán actuar más eficazmente frente a tales prácticas.
La pandemia puso al descubierto la endeblez de los sistemas políticos, primero en materia sanitaria y luego en materia económica y social. Pero el COVID-19 no es la causa principal de la profunda y severa crisis por la cual atravesamos.
Si miramos nuestra región, Latinoamérica, las democracias alcanzadas hace ya varias décadas, no han logrado resolver la pobreza, la falta de equidad y oportunidades para las ciudadanas y los ciudadanos, han profundizado los niveles de desigualdad social, de inseguridad, de corrupción y han condenado a una buena parte de sus sociedades a vivir en situación de absoluta precariedad y de constante vulneración de sus derechos.
Quizá ese sea el verdadero motivo por el cual las democracias (sobre todas las delegativas como las de nuestra región) deben ser objeto de una profunda transformación y reconfiguración. Si ponemos la mirada en los problemas estructurales previos a la pandemia y no en los efectos de la misma, la discusión sobre si salimos de la crisis con más o menos democracia carece de fundamentos.
El camino no es la autocracia o las democracias de baja institucionalidad, sino justamente su opuesto. Seguramente vamos a requerir de Estados fuertes y de sociedades comprometidas, pero siempre en un marco democrático que nos garantice el ejercicio de los derechos humanos y ciudadanos.
La reconfiguración de las relaciones entre en el Estado y la Sociedad deberá ser el pilar fundamental sobre el cual se erija una profunda reforma de nuestras instituciones democráticas. Una sociedad comprometida que no mire para el costado frente a la corrupción, frente a los abusos de poder o frente a una justicia lenta, ineficiente y corrupta.
Una nueva civilidad o ciudadanía debe surgir como garantía de un Estado que se fortalezca en su relación con la sociedad civil, que construya nuevas instituciones transparentes, participativas, inclusivas, innovadoras y orientadas a resolver los problemas históricos de nuestros países que la pandemia profundizó y los exhibió con inusual crudeza. Instituciones abiertas, permeables a los intereses sociales y no a los intereses sectarios que tanto daño han producido a lo largo de los distintos gobiernos.
Las democracias liberales resultaron ser incapaces para resolver los problemas de finales del siglo XX y no parecen estar preparadas para afrontar los problemas del siglo XXI. Quienes bogan por gobiernos menos democráticos como solución para salir de la crisis pospandemia, pretenden mostrar a la democracia y a la eficacia como categorías irreconciliables. El COVID-19 no será el responsable máximo del surgimiento de sistemas políticos más autoritarios. Las democracias entrarán en crisis por sí mismas si no logran, en el mediano plazo, revertir las situaciones angustiantes de pobreza y desigualdad social y si no son capaces de generar esquemas sostenidos de cooperación internacional para luchar contra el terrorismo, el narcotráfico, el crimen organizado y el calentamiento global.
El mundo actual y su organización también requieren ser analizados. Las organizaciones internacionales aptas para la segunda mitad del siglo XX resultan anacrónicas para los tiempos que corren. La pandemia ha producido efecto parálisis sobre algunas de las aristas de la globalización, como por ejemplo en la circulación de personas, pero ha profundizado sus alcances en otras, como en las tecnologías de las comunicaciones (sobre todas las aplicadas a las nuevas formas de trabajos).
Lejos está la globalización de ser un fenómeno que haya llegado a su fin, sin embargo, tendrá por delante algunos desafíos, entre ellos encontrar nuevas formas de regulaciones globales y lograr una distribución más equitativa de los beneficios del mundo globalizado entre todas las regiones.
Hacia un nuevo pacto social
Sin lugar a dudas, la pospandemia será un contexto de alta incertidumbre, que traerá asociada la necesidad de generar cambios profundos en los sistemas políticos que conocemos en la actualidad, dando lugar al surgimiento de una nueva institucionalidad, de una nueva civilidad basada en un férreo compromiso ciudadano de defender los derechos adquiridos y de gobiernos democráticos que comprendan que la delegación de poder, a través del voto, no implica una concesión irrestricta y sin control alguno de la voluntad popular.
Será el tiempo de gobiernos que estén dispuestos a promover la inteligencia colectiva como insumo esencial de sus políticas públicas, que reconozcan la integridad y la transparencia como pilares fundamentales de este nuevo orden y que promuevan esquemas de cooperación internos (con sus sociedades) y externos (una nueva forma de cooperación y articulación entre países).
Las nuevas formas de democracias digital podrán complementar las formas tradicionales ya conocidas. El desarrollo tecnológico, el alcance masivo de internet, el uso de las nuevas tecnologías de la Información y Comunicación (TICs) y las nuevas plataformas digitales, permiten llevar adelante un cambio sustantivo en las formas de participación política. Este proceso iniciado hace ya unos años, contribuye a mejorar los canales de interacción entre el gobierno y la sociedad, favorece la transparencia de las administraciones públicas, garantiza el acceso a la información, genera formas colaborativas en el proceso de las políticas públicas, mejora los niveles de inclusión e igualdad y contribuye a consolidar la democracia.
El camino hacia las nuevas formas de democracias está en marcha, la pandemia del COVID-19 ha puesto de manifiesto muchas de las deudas pendientes del sistema democrático y quizá nos brinde una inédita oportunidad para acelerar y profundizar este proceso de transformación.